Rodrigo Abd

CONTADOR DE HISTORIAS

El fotoperiodista argentino, dos veces premio Pulitzer por sus series que retratan conflictos sociopolíticos en diversas partes del planeta, en una charla íntima y reveladora.

Por Agustina Desirello Paz 

“¿En cuánto podés llegar acá?”, dice el mensaje de Rodrigo Abd. Acaba de volver de un viaje, y me insistió en que le recordara todos los días de hacer la entrevista porque su agenda es… Bueno, no es una agenda. Es, más bien, un rompecabezas. 

Bajo del tren en la estación Palermo y camino hasta su casa. Mientras espero que me abra, charlo con una señora que parece ser la encargada del edificio y me confirma que “sí, Rodrigo está”. No es un dato menor. Rodrigo está en Buenos Aires, pero bien podría estar en Guatemala, Siria, Perú o Afganistán.

Poco después se abre el ascensor y aparece: camina liviano, tiene la piel curtida por el sol. Nos saludamos con un beso y pregunta “¿vamos?” con voz baja y medio ronca. Damos unos pasos y señala una mesa vacía del café de la esquina. “¿Nos sentamos acá?”, invita, con un gesto que no parece meditado, porque salió de casa con lo que tenía puesto. Seguro que no es la primera vez que hace una entrevista coordinada sobre la marcha.

Abd es el fotoperiodista argentino que ganó notoriedad mundial por sus imágenes sensibilizadoras. Su carrera comenzó en los diarios La Razón y La Nación, en Buenos Aires, donde trabajó entre 1999 y 2003. Luego fue contratado por Associated Press, agencia en la que realizó diversas coberturas de índole sociopolítico. En su amplio portafolio, se destaca la serie de las maras y la violencia en Guatemala, el terremoto haitiano del 2010 y la contaminación producida por la minería ilegal en Perú. Además, es reconocido por cubrir conflictos bélicos en Medio Oriente, entre ellos Afganistán en 2010, la Primavera Árabe en Libia en 2011 y la guerra civil siria en 2012. Por su labor en esta última ganó el Premio Pulitzer de Fotografía de Noticias en el año 2013.

La lista de galardones es larga. Entre los principales: el premio Pictures of the Year International (2008) por su trabajo Cemetery Dues, que retrata las exhumaciones en Guatemala; el Premio Maria Moors Cabot (2016), de excelencia en periodismo internacional; el Premio Gabo (2022) y su segundo Pulitzer (2023) por la serie El dolor silencioso en Ucrania. Las distinciones son tan solo fragmentos, hitos que ponen en evidencia una larga y prolífica carrera.

Cuando le pregunto acerca de los cambios en su oficio como consecuencia del paso del tiempo contesta que la esencia del periodismo no cambió, solo se instaló la inmediatez, se producen y consumen noticias mucho más rápido y el público está más entrenado en lo audiovisual. “Si la historia no es buena, si no sabés cómo contarla y atrapar al lector, no existe”.

Pide un café negro y empezamos la charla, con oraciones imperfectas, reales. Parece que detrás de cada palabra y de su mirada franca, su mente transita por diferentes realidades. Quizá por Guayaquil, donde cubrió las elecciones presidenciales extraordinarias de 2023, enmarcadas por la violencia y realizadas bajo estado de excepción tras el asesinato de uno de los candidatos. Pronto dirá que allí quisiera estar ahora. Sí, ahora; en medio de una crisis socio-política sin precedentes.

Sobre la mesa, al alcance de la mano, apoyó las llaves y el celular (parecen ser los únicos dos objetos con los que salió a recibirme). Da la impresión de ser un tipo que viaja ligero, pero no puede ser el caso. Explica que, dependiendo de lo que va a cubrir, elige qué equipo llevar. Cuando va a una asunción presidencial, utiliza lentes más largos; en un trabajo de campo, lentes más chiquitos. Y si se trata de cubrir un estallido social: con máscara de gas, chaleco antibalas, casco… Para él esa provisión de recursos en su maleta es lo más normal del mundo. Al consultarle sobre sus aciertos para estar en el lugar preciso y en el momento justo, también responde como si fuera algo sencillo: “Vas tejiendo redes. Siempre hay un amigo que estuvo ahí antes o relaciones que van quedando en cada lugar. Lo importante es generar esas conexiones. No soy un estratega, lo hago como me sale”. No tiene agenda ni un sistema muy organizado, simplemente va sumando contactos a WhatsApp.

Luego, cuenta que estudió en la Facultad de Sociales porque quería ser periodista y que una amiga lo invitó a un curso de fotografía en la Escuela de Cine de Avellaneda. Por ese entonces había ido de mochilero a Bolivia y Perú, y pronto vio que la cámara podía ser un vehículo para darle cauce a su curiosidad, tanto personal como profesional. Y empezó a armar su portafolio, a hacer algunos ensayos. Incluso más tarde, cuando cubría eventos como la asunción presidencial de Fernando De la Rúa o la vuelta de Maradona a Boca para el diario La Razón, siempre reservaba energías para su inclinación latente en las historias menos taquilleras.

“¿Qué es lo que más te gustaba retratar?”. Hace una pausa y apoya la taza de café sobre la mesa. Menciona que al estudiar Comunicación en la Universidad de Buenos Aires (UBA), había desarrollado cierto interés “antropológico”. Le entusiasmaba descubrir vivencias de grupos y estar con ellos. Buscaba que el periodismo fuera un medio para contar crónicas profundas. No se considera un exquisito como consumidor mediático. Mira televisión, escucha radio, lee el diario, usa Instagram, todo lo que le ayude a tener una visión del mundo más aguda. Como referentes señala a los fotógrafos Gilles Peress y Eugene Richards. El primero es un francés que documenta temáticas de inmigración y nacionalismo. El segundo es un estadounidense que, según Rodrigo, tiene la capacidad de “clavarse” con una historia y desarrollarla muy bien.

             Sugiere que el periodismo se enriquece viajando: cada lugar le abre una ventana de conocimiento. Y cuando vuelve a Argentina entiende que lo que pasa acá es parte de un fenómeno más grande. Su mamá siempre le dice que “solo en este país pasan estas cosas”, pero él, desde la experiencia, comprobó que cosas similares, mejores y peores, que las de acá pasan en todo el mundo. Evita presentarse como el fotógrafo que llega para mostrar lo que pasa, sino como una persona con ganas de escuchar a los protagonistas. 

En 2015, estuvo en Puerto del Callao, cerca de Lima, para fotografiar a los pescadores de la zona y mostrar cómo la pesca artesanal sufría la depredación de las grandes empresas pesqueras. Con paciencia logró que lo invitaron a navegar con ellos. Salían a las cinco de la mañana, comían juntos, y volvían al muelle al final de la jornada. “A veces hay que ir a los lugares sin tomar fotos, con la cámara abajo, y aclarar las intenciones. La gente también merece una explicación de lo que hacemos. Además, es fundamental saber adaptarse y no tener peros. Nada de ´ay, no, yo acá no puedo dormir´ o ´ay, no, yo esto no puedo comer´”. Para él, la calle fue la mejor universidad. “La academia te ilustra, pero el periodismo se aprende haciendo”.

En cierto punto me pregunto por qué este hombre que va tomando el café (seguramente ya frío) de a poco, que tiene un interés tan vivo por todo a su alrededor, decide dedicar su tiempo a una profesión tan cruda y con frecuencia ingrata. “Es agotadora, pero conoce cómo sorprenderte y regalarte una bocanada de aire fresco cuando más la necesitás”.  Una de sus mayores desencantos llegó cuando ganó su primer premio Pulitzer y pensó que su carrera daría una especie de giro, que tendría nuevas oportunidades. “No fue como ganar el Oscar, no me cotizó”, dice y se ríe por primera vez desde que estamos haciendo la entrevista. Rodrigo habla de que el trabajo hay que hacerlo con humildad y honestidad. Son palabras grandes y pesadas, pero él sabe qué significan, lo entendió con el paso de los años.

Latin America clowns forum in Guatemala City, Guatemala, July 7, 2012. (Photo/Daniele Volpe)

¿Cuál es la línea invisible que recorre su más de veinte años de trayectoria como fotoperiodista? Los pacientes del Borda, los trabajadores del subte, los cartoneros, los evangélicos en las cárceles de Rosario, las víctimas del genocidio en Guatemala, la sociedad de la posguerra en Afganistán, los indígenas del Amazonas, los rebeldes en Haití. En síntesis, la lucha por la supervivencia, la resistencia en momentos difíciles para la condición humana. Así aprendió mucho sobre las respuestas de las personas ante la adversidad, algo que hoy en día intenta transmitirle a su hija: “No todo es negativo, hay gente que pelea por determinadas cosas, a veces por ideales y otras por instinto de conservación”. 

    Sus imágenes reflejan su interés por humanizar a los personajes. Sostiene que es controversial dotar de humanidad a ciertas personas. Pero él lo hace, hasta con los pandilleros de Guatemala, porque cree que no son demonios, sino tipos que llegan a ser asesinos después de décadas de marginación. O con las personas privadas de la libertad en Rosario que se convierten en predicadores evangélicos, dejando entrever en sus gestos el sufrimiento de toda una vida. Él fotografía a todos ellos, con la esperanza de que la gente entienda qué les pasa y cómo llegaron hasta ahí.

Tras poco más de una hora conversando, nos despedimos. Cruza la calle Juncal y lo pierdo de vista. Frente a mí, aún sobre la mesa, están nuestras tazas de café sin terminar.

Para ver todo su trabajo podes ingresar a https://www.instagram.com/abdrodrigo

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“Si la historia no es buena, si no sabés cómo contarla y atrapar al lector, no existe”.

“A veces hay que ir a los lugares sin tomar fotos, con la cámara abajo, y aclarar las intenciones. La gente también merece una explicación de lo que hacemos”

 “La universidad te ilustra, pero el periodismo se aprende haciendo”.

“Mi profesión es agotadora, pero conoce cómo sorprenderte y regalarte una bocanada de aire fresco cuando más la necesitás”.  

“No todo es negativo, hay gente que pelea por determinadas cosas, a veces por ideales y otras por instinto de conservación”.